viernes, 8 de febrero de 2008

Charles Baudelaire - Hablando en el Crepúsculo de la Noche

A la una de la mañana

¡Solo por fin! Ya no se oye más que el rodar de algunos coches rezagados y derrengados. Por unas horas hemos de poseer el silencio, si no el reposo. ¡Por fin desapareció la tiranía del rostro humano, y ya sólo por mí sufriré!

¡Por fin! Ya se me consiente descansar en un baño de tinieblas. Lo primero, doble vuelta al cerrojo. Me parece que esta vuelta de llave ha de aumentar mi soledad y fortalecer las barricadas que me separan actualmente del mundo.

¡Vida horrible! ¡Ciudad horrible! Recapitulemos el día: ver a varios hombres de letras, uno de los cuales me preguntó si se puede ir a Rusia por vía de tierra -sin duda tomaba por isla a Rusia-; disputar generosamente con el director de una revista, que, a cada objeción, contestaba: «Este es el partido de los hombres honrados»; lo cual implica que los demás periódicos están redactados por bribones; saludar a unas veinte personas, quince de ellas desconocidas; repartir apretones de manos, en igual proporción, sin haber tomado la precaución de comprar unos guantes; subir, para matar el tiempo, durante un chaparrón, a casa de cierta corsetera, que me rogó que le dibujara un traje de Venustre; hacer la rosca al director de un teatro, para que, al despedirme, me diga: «Quizá lo acierte dirigiéndose a Z...; es, de todos mis autores, el más pesado, el más tonto y el más célebre; con él podría usted conseguir algo. Háblele, y allá veremos»; alabarme -¿por qué?- de varias acciones feas que jamás cometí y negar cobardemente algunas otras fechorías que llevó a cabo con gozo, delito de fanfarronería, crimen de respetos humanos; negar a un amigo cierto favor fácil y dar una recomendación por escrito a un tunante cabal. ¡Uf! ¿Se acabó?

Descontento de todos, descontento de mí, quisiera rescatarme y cobrar un poco de orgullo en el silencio y en la soledad de la noche. Almas de los que amé, almas de los que canté, fortalecedme, sostenedme, alejad de mí la mentira y los vahos corruptores del mundo; y vos, Señor, Dios mío, concededme la gracia de producir algunos versos buenos, que a mí mismo me prueben que no soy el último de los hombres, que no soy inferior a los que desprecio...

miércoles, 6 de febrero de 2008

Jorge Drexler - Transoceanica

Transoceanica


Gibran Khalil Gibran - El Loco (1918)

EL MUNDO PERFECTO

Dios de las almas perdidas, tú que estás perdido entre los dioses, escúchame:

Vivo entre una raza de hombres perfecta, yo, el más imperfecto de los hombres. Yo, un caos humano, nebulosa de confusos elementos, deambulo entre mundos perfectamente acabados; entre pueblos que se rigen por leyes bien elaboradas y que obedecen un orden puro, cuyos pensamientos están catalogados, cuyos sueños son ordenados, y cuyas visiones están inscritas y registradas.

Sus virtudes, ¡oh Dios!, están medidas, sus pecados están bien calculados por su peso, y aun los
innumerables actos que suceden en el nebuloso crepúsculo de lo que no es pecado ni virtud están registrados y catalogados.

En este mundo, las noches y los días están convenientemente divididos en estaciones de conducta y están
gobernados por normas de impecable exactitud.

Comer, beber, dormir, cubrir la propia desnudez, y luego cansarse, todo a su debido tiempo.


Trabajar, jugar, cantar, bailar, y luego yacer tranquilo, cuando el reloj da la hora para ello.


Pensar esto, sentir aquello, y luego dejar de pensar y de sentir cuando cierta estrella se alza en el
horizonte.

Robar al vecino con una sonrisa, dar regalos con un gracioso ademán, elogiar prudentemente, acusar con
cautela, destruir un alma con una palabra, quemar un cuerpo con el aliento, y luego lavarse las manos, cuando se ha terminado el trabajo del día.

Amar según el orden establecido, entretenerse en lo mejor de uno mismo según cierta manera
prefabricada, rendir culto a los dioses con el debido decoro, intrigar y engañar a los demonios diestramente, y luego olvidarlo todo, como si la memoria hubiese muerto.

Imaginar con un motivo determinado; proyectar con consideración; ser feliz dulcemente; sufrir con
nobleza; y luego, vaciar la copa, de manera que mañana podamos llenarla otra vez.

Todas estas cosas, ¡oh Dios!¡, están concebidas con preclara visión, han nacido con un propósito firme,
se mantienen con esmero y exactitud, se gobiernan según las normas y la razón, y luego se asesinan y se entierran según el método prescrito. Y aun sus silenciosas tumbas que yacen dentro del alma humana, cada
una tiene su marca y su número.

Es un mundo perfecto; de maravillas; el más maduro fruto del jardín de Dios; el pensamiento rector del
universo.

Pero dime, ¡oh Dios!, ¿por qué tengo que estar allí, yo, semilla de pasión insatisfecha, loca tempestad que

no va en pos del oriente ni del occidente, aturdido fragmento de un planeta que pereció en las llamas?

¿Por qué estoy aquí, ¡oh Dios! de las almas perdidas? Dímelo tú, oh Dios, que te encuentras perdido entre los demás dioses...